Me mudé a Japón a los 21 años. Tenía un contrato de un año con una academia de inglés, un libro de frases en japonés y una guía titulada “Tus primeras semanas en Japón”, que me dio la empresa.
Ingenua de mí, no me preocupaba mucho no saber el idioma, ni ser capaz de leerlo. No había pensado más que en conocer a mis compañeros de piso y empezar mi trabajo. Lo que siguió fue el típico choque cultural de los dos primeros meses en los que todo era nuevo y emocionante, seguidos de morriña y choque de adaptación. Había cosas nimias que empezaron a fastidiarme: como la cantidad alucinante de envoltorio en todo lo que compras; tener que seguir las instrucciones del enorme poster que había en la pared de la cocina sobre cómo separar los envoltorios para el reciclaje, para que luego una vecina cotilla, aunque “bien intencionada”, te colgara la basura del pomo de la puerta por no haberlo hecho bien; conseguir un corte de pelo decente a un precio razonable o encontrar maquillaje que no me hiciese parecer disfrazada para una fiesta de Halloween a destiempo .
Una vez superados estos fastidios, volví a apreciar las cosas del día a día como: la buena educación y el increíble servicio al cliente que encuentras en todo Japón, la gente está encantada de ayudarte o darte indicaciones, incluso en el super bullicioso centro de Tokyo; las reverencias y gritos
de “Irrashaimase!” o “¡Bienvenida!” cuando entras en una tienda, bar o restaurante; la eficiencia y limpieza del transporte público y los bares donde te quitas los zapatos y te sientas.
Recomiendo encarecidamente a cualquiera que se venga a vivir a Japón que venga con la mente abierta y esté preparado para diferencias culturales enormes. Una vez superas el «shock» y la confusión, Japón es un país increíble que tiene mucho que ofrecer. Sólo tienes que asegurarte de practicar unas cuantas palabras básicas antes de llegar y ¡no tengas miedo de pedir cubiertos!
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